Hace un par de años, Julieta y yo estábamos tiradas al sol en el jardín de mi casa. Mi hermano, que como buen hermano menor me ignora a mí y a todo lo que se relacione conmigo, cayó con un amigo. Estuvieron un rato y se fueron.
Al otro día, como quien no quiere la cosa, me dice: “Che, a Gastón le gustó tu amiga”. “¿Pero Gastón no tiene novia?”, pregunté. “Cortaron la semana pasada”, me dijo.
Gastón no es lindo, pero es muy gracioso y es un buen pibe. Lo pensé un poco y le conté a Julieta. No estaba del todo convencida pero no se negó a que fomentara un encuentro casual. Gastón estaba en mi casa cada dos por tres, así que la posibilidad de que se cruzaran era casi lógica. Era verano y teníamos tiempo de andar dando vueltas sin demasiado qué hacer.
Gastón pasó horas charlando con Julieta.
Cuando se fue, no hizo falta que me contara nada. De lejos se notaba: lo único que hizo Gastón fue lamentarse por su ex novia. En realidad, no habían cortado: ella lo había cortado. La semana siguiente, él seguía penando, cosa que en otro contexto, hablaba muy bien de él.
Lo que no puedo entender es por qué alguien manifiesta a propósito intenciones de conocer a alguien, si lo único que piensa hacer es llorar por lo que no fue.
Para mi sorpresa, la próxima vez que Gastón estuvo en casa, me preguntó “qué onda mi amiga”. No sabía si matarlo o explicarle lo que había hecho y cómo pretendía que una chica se interesara en él mientras él hacía el duelo.
Mi abuela dice que un clavo saca otro clavo. A veces, es cierto. A veces, no. Se me ocurre que eso depende de la relación que uno tenga con el clavo a sacar. Todavía no lo sé.
Hay muchos Gastones dando vueltas por ahí. Quizás ese sea uno de los problemas, sobre todo cuando andan encubiertos y asumen la postura de superados.
Hagan sus duelos y después, charlamos.